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miércoles, 27 de enero de 2021
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Foto de David Díaz. |
Escritor Uruguayo.
Mientras los dioses duermen, o se hacen los dormidos, la gente camina. Es día de mercado en este pueblo perdido a las afueras de Totonicapán, y hay mucho vaivén. Desde otras aldeas, llegan las mujeres, cargando bultos, por los senderos verdes. Ellas se encuentran en el mercado, hoy aquí o mañana allá, en este pueblo o en otro, como dientes que van hacia la boca, y charlando se van poniendo al día, lentamente, mientras venden, poquito a poco, alguna que otra cosa.
Una vieja señora despliega su paño en el suelo, y allí acuesta lo suyo: sahumerios de copal, tintes de añil y de cochinilla, algunos chiles bien picantes, hierbas de olor, un tarro de miel silvestre; una muñeca de trapo y un muñeco de barro pintado; fajas, cordones, cintas; collares de semillas, peines de hueso, espejitos...
Un turista, recién llegado a Guatemala, quiere comprarle todo.
Como ella no entiende, le dice con las manos: todo. Ella niega con la cabeza. Él insiste: tú me dices cuánto pides, yo te digo cuánto pago. Y repite: te compro todo. Habla cada vez más fuerte. Grita. Ella, estatua sentada, calla.
El turista, harto, se va. Piensa: Este país nunca va a llegar a nada.
Ella lo mira alejarse: Piensa: Mis cosas no quieren irse contigo.
Tomado del libro «Bocas del tiempo».
lunes, 11 de enero de 2021
Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.
Yo voy a cerrar los ojos
Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raíces preferidas.
Una es el amor sin fin.
Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.
Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.
En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.
La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
por que tú me sigas mirando.
Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.
Ahora si quieren se vayan.
He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.
Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.
Sucede que soy y que sigo.
No será, pues, sino que adentro
de mí crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.
Se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.
Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.
Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.
Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.
miércoles, 6 de enero de 2021
Por Addy Góngora Basterra.
—¡Si aprendes, nunca se te olvida! —le gritó corriendo a su lado mientras Chichuán, con ocho años, el cabello despeinado y sin zapatos, intentaba sostener el equilibrio pedaleando.
Con un cortejo de perros, la maga y Chichuán andaban por el túnel de sombra provocado por la copa de los árboles. Era de mañana y ya hacía calor, el sol brillaba en los techos de guano, en el filo de las piedras y en la trenza del cabello negro de doña Erminda, que en ese momento rondaba el patio de su casa.
—¿Cuál de ustedes vendrá hoy a la mesa? —preguntó en tono bondadoso a las plantas de hierbabuena sembradas en cubetas.
Las había de diversas alturas, unas más frondosas que otras. Cerca de ellas había una pala mediana con la que Chichuán debía hacer pequeñas fosas en el patio para sembrar los árboles frutales que su abuela Erminda procuraba.
—Tendrá brazos fuertes —se decía la abuela para justificar su petición cuando veía los esfuerzos de Chichuán, quien apenas podía con la pala.
La maga, cuyos trucos no causaban asombro en nadie, corría atrás de Chichuán, que ya había logrado mantenerse en línea recta entre el camino inestable y empedrado, atravesando la cortina de ladridos que el coro de perros le lanzaba.
—¡Eso, eso, sigue, manténla firme!
Chichuán prodigaba la concentración de quien aprende algo nuevo, hasta que no supo librar la enorme raíz de un flamboyán que le hizo caer a tierra.
—¡AAAAAYYYYY! ¡Aaaaayyy! ¡mi pieee! —gritaba con desesperación y con media bicicleta encima.
Mientras tanto, tras haber visitado a las gallinas y pedirles permiso para llevarse cinco blanquillos, doña Erminda preparaba, en un comal de leña, tortillas hechas a mano. Pronto llegarían sus amores. Era el día de los Reyes Magos, Chichuán se había portado bien, merecía la ansiada bicicleta y sus siempre predilectos taquitos de huevo con hierbabuena.
—Abue, mi pie… —dijo Chichuán con palabras mojadas—. ¡Sálvame abue, sálvame!
La maga del pueblo puso cara de preocupación en un gesto solamente creíble para Chichuán. La corte de perros le movía la cola y le lamía los brazos, la cara, la rodilla, husmeando su cuerpo por los espacios que les dejaba libre la bicicleta.
—Ya veo —dijo la abuela—. Esto es muy grave. Muy grave. Tienes que cerrar los ojos para que la magia sea efectiva.
El pie descalzo de Chichuán estaba atorado en la cadena de la bicicleta.
—Tienes que ser muy valiente, esto va a doler mucho, mucho, pero este truco sí que nunca me falla. A la de tres. Una… dos…tres…
Con un movimiento ágil, la maga alzó la bicicleta con una mano y con la otra liberó como un pez de las redes el pie de Chichuán que inexplicablemente había quedado mordido por la cadena.
—Ya no quiero montar más bici hoy —pidió con ojos de clemencia.
—Pero al rato volvemos a intentarlo —sugirió la maga señalando con la mirada la bicicleta de medio uso que ella misma había pintado de verde limón, como pidió Chichuán.
—¡A desayunaaaaar! —gritó doña Erminda, sacando el cuerpo al portal de su casa—. ¡Huevos con hierbabuena y tortillas recién hechas!
Los perros salieron disparados y fueron los primeros en llegar a la casa. Uno a uno los saludó doña Erminda por sus nombres, sin dejarlos entrar. Maga y aprendiz se miraron decantando antojo, levantaron la bicicleta y rodándola se fueron bajo el túnel de flamboyanes. Sus espaldas se alejaron adornando el paisaje rural.
—¿A ti te enseñaron a montar bici o por arte de magia?
La maga del pueblo sonrió.
—Ese es el truco que mejor sale.
miércoles, 16 de septiembre de 2020
Vamos, hablemos
es una patria frágil
a la que cualquier hoja,
cayendo, la puede extinguir.
Y el cielo está tan lleno de estrellas
que a veces cuelgan hasta el suelo,
y si te acercas, escuchas como la hierba
hace cosquillas a las estrellas que ríen,
y son tantas las flores,
que los ojos duelen
deslumbrados por el sol,
y los redondos soles cuelgan
de cada árbol;
de donde vengo yo,
sólo falta la muerte
que es como para dormirse.
lunes, 7 de septiembre de 2020
jueves, 27 de agosto de 2020
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«Manos de hombre tengo; manos para tomar, de las cosas que existen, lo que por hombre se me debe, y, por lo que yo debo, hacer algunas de las cosas que faltan». |
Poema 15
que soy un hombre igual a todos.
Trabajo en algo, cobro
un sueldo insuficiente; me divierto
cuando puedo, o me aburro hasta morirme;
hablo, me callo a veces, pido
mi comida, y a ratos
quisiera ser feliz gloriosamente,
y hago el amor, o voy y vengo
sin nadie que me siga. Tengo un perro
y algunas cosas mías.
En general, no estoy conforme
ni me resigno. Quiero mi derecho,
de hombre común, a deshacerme
la frente contra el muro, a golpearme,
en plena lucidez, contra los ojos
cerrados de las puertas; o de plano
y porque sí, a treparme en una silla,
en cualquier calle, a lo mariachi,
y cantar las cosas que me placen.
También, monumental, hago mi juego
en serio con las gentes,
según las reglas, y reclamo
mis ganancias y pérdidas, y busco
la revancha, o perdono
por generoso o por flojera.
Manos de hombre tengo; manos
para tomar, de las cosas que existen,
lo que por hombre se me debe,
y, por lo que yo debo, hacer algunas
de las cosas que faltan.
Y reconozco que me importa
ser pobre, y que me humilla,
y que lo disimulo por orgullo.
Tú, compañero, cómplice que llevo
dentro de todos, junto a mí, lo sabes.
Hermano de trabajos que caminas
en hombres y mujeres, apretado
como la carne contra el hueso,
y vives, sudas y alborotas
en mí y conmigo y para mí y contigo.
jueves, 13 de agosto de 2020
domingo, 9 de agosto de 2020
Punto de vida
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“Fire in a box” (2010) de Tanapol Kaewpring (1980). |
Por Addy Góngora Basterra.
Desde el 2014 guardo en un disco duro la imagen "Fuego en caja". Buceando carpetas para rescatar un par de archivos, di con ella al inicio de esta semana que termina. La contemplé en el monitor de mi laptop con el mismo asombro de la primera vez. “¿Así es la vida?”, me cuestioné, “¿nos vivimos conteniendo?”, escribí hace seis años en un Word donde anoté algunos datos de Tanapol Kaewpring (1980), el fotógrafo tailandés que concibió esta serie llamada “Proyecto Caja”. No escribí más y hoy tengo curiosidad por lo que no seguí deshilvanando. ¿Cuál habrá sido la reacción inmediata de quien está leyendo tras ver esa imagen imposible?
domingo, 2 de agosto de 2020
Punto de vida
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Imagen tomada de la cuenta de Twitter del fotógrafo @ChemaMadoz |
I
Hará unos diez años que me enamoré de la obra de Chema Madoz (Madrid, 1958) al encontrar el blanco y negro de sus fotografías en un libro robusto e irresistible que no compré. No hay otro libro del que me haya arrepentido tanto… pero al avión o se subía ese hermosísimo armatoste o me subía yo. Me fascinaron sus fotografías que fusionan dos objetos ilógicos entre sí conformando un objeto obvio. Chema logra en sus imágenes lo que otro español, Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), consiguió con el lenguaje en sus “greguerías”, figuras poéticas como estas: “Las almejas son las castañuelas del mar” o “El agua se suelta el pelo en las cascadas”. Para mi consuelo, seguirlo en redes sociales ha calmado hambre y curiosidad por su creación.
II
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Foto: @Solus-Veer Corbis. |
III
domingo, 26 de julio de 2020
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Ikee Rikako, nadadora japonesa. |
domingo, 19 de julio de 2020
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Foto de Cole Stivers. |
I
Es el 17 de mayo de 2157. Margie (11 años) y Tommy (13 años) son amigos. Él le cuenta que encontró en el ático de su casa un libro —un libro de verdad, de papel, con palabras de imprenta, muy distinto a los telelibros del siglo XXII a los que están habituados— sobre un tema muy extraño: la escuela. “¿De la escuela? ¿qué se puede escribir sobre la escuela? Odio la escuela”, increpa Margie. “Porque no es una escuela como la nuestra, tontuela. Es una escuela como la de hace cientos de años”, responde Tommy, altivo. “De cualquier modo, tenían maestro”, continúa Margie. “Claro que tenían maestro, pero no era un maestro normal. Era un hombre”, añade él. “¿Un hombre? ¿Cómo puede un hombre ser maestro?”.II
Es el 16 de junio de 1904. Stephen Dedalus está dando clase de Historia en una escuela de Dublín que se estima costosa, de exclusiva educación para varones. Hace una pregunta cuya respuesta, como suele ocurrir, el alumno aludido ignora; otro estudiante, que sí la sabe, interrumpe: “Yo lo sé. Pregúnteme a mí, señor”. Entre contestaciones equivocadas, burlas de los compañeros y pensamientos del maestro, va pasando la sesión hasta que otro de los alumnos pide: “Cuéntenos un cuento, señor”, al que se suma otro compañero: “¡Oh, cuente, señor! Un cuento de fantasmas”. A pesar de la tentadora interrupción, Stephen continúa la clase, le pide a un estudiante que lea en voz alta para los demás, pronunciando con descalabro los versos que sigue con los ojos. Hasta que se acerca la hora de terminar y, entonces sí, Stephen pregunta: “¿Quién puede resolver una adivinanza”? La respuesta es un gallinero alborotado de niños guardando libros, el clic clic de lápices chocando, rumor de correas al cerrar maletines por la hebilla. “Pregúnteme a mí, señor”, dice el primero, “¡Oh, a mí, señor”, dice el segundo, “Una difícil, señor”, ¡pide el tercero! En eso estaban cuando se oye: “Hooooockeeeeeeey”. El dueño de esa voz golpea con un bastón la puerta del salón de clase, provocando una estampida al corredor, “se dispersaron, deslizándose de sus bancos, saltando sobre ellos. Al instante habían desaparecido”.III
Es el 19 de julio de 2020 y las escuelas se encuentran en un punto de no retorno. La forma de educar, adquirir conocimientos y socializar cambiarán naturalmente: los acontecimientos que vivimos son oleaje impetuoso que empuja a una transformación. De la noche a la mañana, pasamos de 1904 a 2157. Nos saltamos 253 años de literatura en un fin de semana. ¿Qué alianzas y acuerdos debemos establecer para eficientizar, actualizar e innovar un sistema educativo que proponga nuevos paradigmas, acorde a los retos que ahora tenemos?domingo, 12 de julio de 2020
I
En últimos días he recibido por WhatsApp fotos familiares que tienen entre dos y tres décadas. A uno de los remitentes le atribuyo el envío por la nostalgia de cumplir años y el consecuente impulso de hacer recuento de vida: mi prima Betina nos compartió fotos de lo que llamó “Mi instagram de los 90”, un álbum bien conservado y decoradito con palabras formadas con recortes de revista. Al segundo remitente, le adivino el envío como un acto irresistible al encontrar álbumes que atestiguan el pasado y una historia de amor.
—¿Me muestras la foto de cuando aprendí a nadar? —le pide el niño a su papá.
—¿Hace cuántos teléfonos fue eso? —preguntó el chiquillo.
—Hace dos —respondió con paciencia la mamá.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Y cuántos teléfonos faltan para ver a la abuela otra vez?
Me pareció simpático el chamaquito. No lo olvido porque escuchándolo me percaté que nuestros recuerdos se anidan en la incierta existencia del celular y que para algunos es una herramienta para medir el tiempo. Hubo eras donde incendios arrasaban la memoria; en nuestra era, la memoria corre peligro con la obsolescencia digital.
II
Suena varias veces seguidas mi celular, anunciando que entraron mensajes. Abro WhatsApp y es mi papá que ha compartido cuatro fotos. Me detengo en una. En la imagen hay una mujer joven, casi de perfil, que no mira a la cámara. Lleva el cabello corto, lentes oscuros, un suéter blanco abierto al centro dejando ver una blusa roja. Es mi madre. Hoy tengo más años que los que ella ostenta magnífica en ese click. El tiempo arrasa con nosotros cada vez que nos mira desde las fotografías.III
Hay fotos en las que podemos pasar minutos contemplando una cara, un lugar, un momento. Reflejan lo que almacenamos en el alma, lo que enmarcamos amorosamente en la memoria. Son lo que nos importa. Lo que amamos. Las hacemos grandes y las ponemos donde podamos verlas para acompañarnos siempre de ese fragmento de vida.domingo, 5 de julio de 2020
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Fotografía del Diario de Yucatán. |
Por Addy Góngora Basterra.
sábado, 30 de mayo de 2020
El año pasado anduve coqueteando con suscribirme a Storytel, start-up sueca de audiolibros, algo así como el Netflix de la literatura. Bajé la app, busqué algunos títulos, vi de qué iba la cosa, escuché algunos tracks de prueba… y hasta ahí. Me ha tomado tiempo unirme a la tendencia de lectura en voz alta. Si lo he logrado es por mediación de los podcasts, que me han ido educando la atención auditiva mientras realizo otras actividades, principalmente correr.
lunes, 25 de mayo de 2020
Cuando tú ya no existas
continuará lloviendo.
Durante algunos meses.
Hasta que la lluvia —inocente primero,
luego perpleja y luego desquiciada—
caiga en cuenta de que tú ya no estás,
de que ya no te moja y entonces para qué.
Detendrá su caída.
Regresará a los cielos
hasta volverlos negros,
apretados y hostiles para siempre.
jueves, 21 de mayo de 2020
Hablo porque conozco mis necesidades,
dudo porque no conozco las tuyas.
Mis palabras vienen de mi experiencia de vida.
Tu entendimiento viene de la tuya.
Por eso, lo que yo digo, y lo que tu oyes,
puede no ser lo mismo.
Por lo que si tu escuchas cuidadosamente,
no sólo con tus oídos, sino también con tus ojos y tu corazón,
puede ser que logremos comunicarnos.
sábado, 16 de mayo de 2020
domingo, 10 de mayo de 2020
I
En Hueyapan de Ocampo, hace muchos años, hubo un cañaveral del que obtuvo lo mejor Gabriel Caldelas, mi bisabuelo, quien dedicó su vida y trabajo al azúcar.
II
En algún lugar de Tailandia —por cierto, uno de los mayores exportadores de azúcar a nivel mundial—, atravieso caminos que evocan Yucatán. La vida rural se parece, los árboles son los mismos. Plátano, tamarindo, mango, papaya, flor de mayo, flamboyán, lluvia de oro, palmeras de coco, tan lejos de mi tierra y la tierra tan cerca de mí con sus prodigios de sombra y semilla. Así transcurre la travesía hasta llegar al alojamiento de esa noche, frente al río Kwai. ¿Se puede ser indiferente al sonido del agua cuando se duerme cerca, sea mar, lago, río, cascada? El agua siempre está pasando. Nosotros y el tiempo, aunque parezcamos quietos, también. Así vi pasar troncos de bambú flotando sobre el agua; canoas de cola larga. El sol alto, coronando el río, fabrica brillos color espejo, destellos que están y no están, que se desbaratan sin llegar a ser reflejo. Las cañas de bambú son tan frondosas y altas, pero tan altas, que el peso las dobla sin quebrarse, jugando al sismógrafo en la seda del agua. Es hipnótica la corriente, inasible en su belleza, por eso la retengo en este párrafo, como si le hiciera un dique con la memoria, para volver a ese instante esbelto entre cañas, música de agua y bambú, privilegio recobrado de uterino sonido, dulce e inofensivo.III
Entre otras cosas, viajar nos sirve para ver en otros sitios lo que pensamos único, para expandir lo que creemos que sabemos. Nadie es dueño de la tierra ni de sus especies. Es al revés, nosotros somos de la fauna, a ella nos debemos, a sus frutos de sol y tierra y agua, a sus raíces milenarias. Sobre la calle Juan María Gutiérrez, casi esquina con Lafinur, en Buenos Aires, hay un patio que forma parte del restaurante del Museo Evita. Ahí me encontré frente a frente con una ceibita, aún con espinas en su tronco; días después vi una ceiba adulta en la carretera a Luján.—Palo borracho —pronunció mi amiga argentina, sintiendo tan suyo el árbol como yo a mi…
—Ceiba —agregué.
—Palo borracho —repitió.
¿De dónde me inventé que la ceiba, con sus frutos y su alarde de ramas, era única y exclusivamente de Yucatán y que no había otro lugar en el mundo donde pudiera darse, crecer y vivir felizmente? ¿por qué quise pensar eso? Los árboles también tienen familias y, por lo tanto, sus variantes en la especie. Viajar sirve para darse cuenta de que hay más verdad y más mundo de lo que nos cuenta una leyenda. Que hay otras palabras en otros lugares que nombran aquello que consideramos único. Propio. Excepcional. Porque el mundo es mucho más que nuestro capricho de exclusividad.
IV
Muy probablemente mi abuela Carmelina, hija de don Gabriel, en pocos días me diga por teléfono, desde Veracruz, que así no fue lo del ingenio azucarero. Dignificará lo poco que conozco de mi ignoto y fascinante bisabuelo, muy probablemente relatará historia y hazañas ocurridas cerca del río Hueyapan y posteriormente en Jalisco, en el ingenio de Tala. Porque ella —que en julio de 1953 tuvo en Acayucan uno de sus diez partos—, sí que ha visto y sí que ha vivido en el cotidiano viaje de existir. Como han visto y han vivido tantas y tantas abuelas que crecen como ceibas por el mundo, con nombres distintos y tan similares en sus formas de pararse en la tierra para dar nido y dar raíces.Es buen tiempo para levantar el teléfono, escuchar una voz, esa voz y preguntar amorosa y auténticamente por troncos del árbol genealógico. Porque la memoria familiar es como esas varas de bambú en el río Kwai, dobladas por su carga, marcando a las generaciones que pasan. Me gusta pensar que lo mejor que puede pasarnos en estos días, es que tías y abuelos, hermanas y padres, primos y madres, abuelas y nietos —en sinfonía natural como el cañaveral cuando sopla el viento— se hablen y escuchen sus historias, expandiendo la belleza familiar en el horizonte de los recuerdos.
sábado, 9 de mayo de 2020
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