Deseo concedido

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La pantalla del teléfono se ilumina:
«🕛Inicia la venta nocturna📺👖:
Deseo concedido 🧙🏻‍♀️ hasta -40%🌛»,
dice Liverpool Pocket.

Como soy borrego digital,
pongo el dedito en la notificación
y deslizo la yema en scroll:
iPhones, bocinas, pantallas,
vinos y licores, autos y motos,
muebles, colchones, escritorios,
promociones por el día del padre,
perfumes Prada, Dolce&Gabbana,
ropa, bolsas, zapatos, click&collect,
hasta septiembre se paga.

Mientras el dedito patea el aire,
en mi mente voy diciendo:
«No lo necesito,
no lo necesito,
no lo necesito»,
y no por convencerme,
sino porque realmente,
no me hace falta nada
de lo que se ofrece,
no porque lo tenga todo,
sino porque
no todos deseamos lo mismo
ni mi línea de crédito lo apetece.

Así que me detengo
pensando en deseos concedidos
que el dinero no compra,
todo lo que damos
todo lo que recibimos
por digna humanidad,
como esto que lees en scroll,
y que escribo en Notas de mi celular.

Por ejemplo.

Unos huevos con jamón cocinados con amor,
el pan tostadito y rebanado,
la caricia al perro que duerme todo el día,
el gesto amable tras un susto al volante,
el roce tibio de un cuerpo amado,
el contacto de WhatsApp que te saca carcajadas,
una hermana que todo lo suaviza,
el consuelo del amor, el paraguas protector
de una madre, de un padre
la compañía de una hija.

La pantalla del teléfono
es black mirror
(qué buen título)
espejo negro
que en cualquier momento
brilla con un nombre.

Con tu nombre.

Esa es mi notificación predilecta,
mi deseo concedido,
mi veta nocturna
a presente, a futuro 
y sin descuento,
con todo lo que vales,
con todo lo que para ti, tengo.